Hace más de 25 años tomé la difícil decisión de cruzar la frontera y emigrar a este gran país. Ha sido una de las mejores decisiones que he tomado, pero tuvo un precio difícil.
Aunque me sentí aliviada de haber llegado finalmente a los Estados Unidos, estaba sola, sin mis amigos y miembros de mi familia, y no podía salir de los límites de la ciudad de El Paso. Era indocumentada y no podía arriesgarme a viajar a ningún lugar que requiriera pasar por un puesto de control interior o puerto de entrada de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP).
Cuando falleció mi madre ni siquiera pude viajar a México para despedirme de ella o asistir a su funeral. Ese es un peso doloroso que siempre llevaré en mi alma.
Sé que la creciente militarización de las comunidades fronterizas mantiene a muchos residentes alejados de sus familias y redes de apoyo.
Sé que no estoy sola en este dolor.
Las regulaciones federales otorgan al CBP autoridad para operar dentro de 100 millas de cualquier frontera externa de EE. UU., incluyendo la frontera al sur. La Patrulla Fronteriza opera más de 30 puntos de control permanentes, a menudo con cámaras de vigilancia y perros policíacos, en Texas, Nuevo México, Arizona y California. También operan patrullas itinerantes en todas las comunidades y habitualmente se detienen y acosan a los residentes. Las familias indocumentadas viven con el temor de que los agentes de la Patrulla Fronteriza las detengan y evitan pasar por los puestos de control interno por completo.
Aunque ahora soy ciudadana de los Estados Unidos y finalmente disfruto de la libertad de viajar y visitar a mi hija y mis nietos, sé que la creciente militarización de las comunidades fronterizas mantiene a muchos residentes alejados de sus familias y redes de apoyo.
Este tipo de separación familiar de vida diaria es menos visible que la separación familiar que ocurrió bajo el presidente Trump, pero es real. El daño que sufren las personas, al igual que el daño causado por la política de Trump de separar a los niños migrantes de sus padres, es el resultado de políticas fronterizas centradas en la militarización y el castigo.
Ya es hora de que eliminemos los controles fronterizos interiores y reduzcamos drásticamente el número de agentes de la Patrulla Fronteriza en la región.
Un enfoque militarizado de la frontera no solo perjudica a las personas indocumentadas, sino que también perjudica a comunidades enteras. Los agentes de la Patrulla Fronteriza perfilan y acosan racialmente a las personas de color en toda la región. Manejan sin cuidado a través de nuestras comunidades y hieren fatalmente a nuestros vecinos en persecuciones de vehículos. El uso de CBP de tecnologías de vigilancia intrusivas erosiona los derechos de privacidad de los residentes fronterizos y los obliga a vivir bajo la mirada constante del gobierno federal.
Ya es hora de que eliminemos los controles fronterizos interiores y reduzcamos drásticamente el número de agentes de la Patrulla Fronteriza en la región. Los residentes que nacieron en este país y en otros lugares merecen sentirse seguros en las comunidades en las que viven y poder moverse libremente sin temor al acoso de la Patrulla Fronteriza. En lugar de continuar militarizando la región fronteriza, el gobierno federal debería liderar con compasión y adoptar un enfoque humanitario en la frontera.